Creo intuir que tras todas las que llegan a ser grandes películas hay una personalidad arrolladora de su creador… Está presente en todas las facetas y fases de su película: supervisar cada decisión, cada elección de color, de forma, de sonido… y todo eso, desde una misma cabeza, tiene una coherencia que parece hilar todo sin fisuras.
Sería impensable, por ejemplo (nos guste más o menos su obra) que Almodóvar dejase a elección de su operador el planteamiento de una secuencia, a su figurinista la elección de la forma del escote de un vestido, que no elija el cuadro que se ve de fondo en el decorado que ha creado su director artístico. Lo supervisan todo, exigen elegir entre varias opciones (me viene a la cabeza la excelsa cabeza de Guillermo del Toro), no les basta con «salvar el tipo» algo tan extendido, hasta hace poco, en nuestra industria audiovisual. Claro que ha de ir acompañado de… ¡exacto!… un criterio que haga la eleción certera: cualquiera sirve para seleccionar; la maestría está en el criterio del que selecciona, que hace que las «masas» (también hay inmensas minorías) estén de acuerdo con él…
Si son aplaudidos muchos actores por sus apasionadas interpretaciones cabe pensar que esa misma pasión es la que debe tener un director que, al fin y al cabo, es también un creador. Y no suele poder dormir, comer, siquiera respirar, mientras está rodando. Otra cosa es que esto abunde, en la dirección, actuación o cualquier manifestación de nuestras atomizadas y comunitarias artes. Idiosincrasia ibérica… Así nos va.