Corría 2003.
Cuando hace 12 años comencé mi formación en Arte Dramático -en Madrid y en serio, pues había hecho seminarios en Valencia sin intención titiritera, solo por entender el proceso creador de los actores– el panorama era muy pero que muy distinto al de ahora.
A saber: tres o cuatro escuelas conocidas, de formación exclusivamente escénica, con alguien al frente que sentaba cátedra, de las de ‘sufrir’ mucho -no me gusta el término pero para que tod@s nos entendamos rápidamente- que clasificaban a los aspirantes en una corriente u otra… Eras de «éste o de aquella…» etc
Para ser actor o actriz
Hoy día la capital está atomizada en decenas de escuelas, de métodos, de profesores que multiplican exponencialmente la posibilidades de formarse… y de acertar o equivocarse también.
Para ser actor ¿qué hago? Éste no es un post sobre aconsejarte cómo encontrar escuela, qué formación elegir, con cuál quedarse… porque afortunadamente hoy día ya puedes probar y cambiar cuanto quieras.
Unas no excluyen a las otras, todas te enseñan, todas te dan herramientas, puedes combinar conocimientos, técnicas, sensaciones y sentimientos… y todos estarán bien si así lo sientes. No dejes que te digan lo contrario.
Las técnicas no son compartimentos estancos, teniendo que aplicarlas sí o sí a todo: hay secuencias que precisarán Stanislavsky y otras no, hay momentos del personaje para ser intensos y otras para, siempre siendo honestos, ir más ligeros de equipaje.
Ayer escuchaba en un documental sobre el (salvaje) Nick Nolte que una de sus amigas cercanas hacía una definición de nuestro trabajo que me gustó:
Interpretar es como un velo… tú decides lo que quieres mostrar
Cuando hablas con otros compañer@s suele haber un lugar común: entrenar en determinadas técnicas puede hacerse un camino duro, hay que apostar fuerte y entregar mucho de un@ mismo, conforme pasan los días asistir a clase se hace cuesta arriba… much@s llegan a abandonar.
Esto no va de ser el/la mejor
Esto va de ser auténtico.
He encontrado mi propia manera de encajar ambas vertientes de entender la actuación, porque ni en todo tienes que ‘sufrir como una madre griega’ ni en las ocasiones que lo requiere debes huir del desafío interior al que te enfrente la separata/secuencia/casting que te está pidiendo implicación.
Como ese ‘velo’ de más arriba, que debes saber manejar como actor/actriz, muestra una parte de ti, la que tú dejes ver.
Decide.
Decidir duele, ya sé, pero nadie dijo que fuese a ser fácil.
Cuando estás trabajando/rodando es el regalo que le haces a tu personaje.
No tengas miedo, pues lo más íntimo puede quedar para ti: le ofreces los signos externos de tu yo frágil pero nadie tiene por qué destapar de dónde viene esa verdad (…ese llanto, ese miedo, esa fragilidad).
Tampoco es incompatible -más bien se complementan- la formación grupal con otros tipos de entrenamiento o asesoramiento individual.
La experiencia de las energías que mueve un grupo son a veces difíciles de explicar cuando las sinergías crean un colectivo que se sincroniza bien (no es fácil, yo he pasado por mucha formación y son escasos… pero mágicos).
También es verdad que ahí se necesita una buena guía. Siempre he pensado que para dirigir un ‘grupo/aula de entrenamiento/equipo‘ hay que tener una gran psicología, sensibilidad, sentido común e interior equilibrado… El sentido del humor, además, siempre denota inteligencia. No se hace respetar quien quiere sino… quien puede.
Elegir.
Esa es, en fin, una de las asignaturas de todo eterno estudiante de interpretación…
¿cómo no podía ser eterna la condición de comenzar de cero en cada personaje… de estar de por vida en tránsito?
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